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Las manos de Jesús tenían callos y arugas. El hijo de un carpintero tendría mucha experiencia con las astillas a una edad joven, con la piel endureciéndose con el tiempo. Pero los callos no se comparan con las cicatrices.
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¿No puedo yo hacer con vosotros, casa de Israel, lo mismo que hace este alfarero? —declara el Señor. He aquí, como el barro en manos del alfarero, así sois vosotros en mi mano, casa de Israel. (Jeremías 18:6)
Mas ahora, oh Señor, tú eres nuestro Padre,
nosotros el barro, y tú nuestro alfarero;
obra de tus manos somos todos nosotros. (Isaías 64:8)
