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El calor abrumador y el sol agotador no desanimaron a mi mamá, mi hermana, y yo al explorar las zarzas de moras. Dos semanas después del momento preciso para cosechar, sabíamos que no íbamos a encontrar tantas moras como quisiéramos, pero la promesa de moras jugosas y deliciosas fue suficiente motivación para aguantar el calor y los brezos. Además, tenemos muchos recuerdos muy lindos de cosechar moras con mis abuelos en el estado de Iowa. Por esas experiencias, sabíamos que el fruto de nuestro labor sería dulce.
Cosechar moras es algo delicado. Las espinas que nos rascaron, puyaron a nuestros dedos, y engancharon a nuestra ropa, nos desanimaron para alcanzar la fruta prometida.
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En preparación para el tema de agosto, ¿temor o fe?, quiero compartir una historia de hace como un año…
Mi sobrino estaba jugando en el piso con sus carros mientras yo comí mi cena. Estaba comenzando una tormenta y hubo mucho viento. Escuchamos el trueno, pero no hubo relámpago ni lluvia todavía. Las tormentas de ese tipo no son muy típicos en Denver, donde vivíamos en ese momento, pero sí en Luisiana donde crecí. Así que comencé a explicar el trueno, el relámpago, y las tormentas de una forma que se pudiera entender un niño de dos años y medio.
Kadesh me escuchó un poco, pero prestó más atención a sus carros que a mi explicación… hasta que pasó un tren.