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martes04 2022 02 22Escrito por Laureen Henegar, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Colorado

“Estaba también allí Ana, profetisa, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad muy avanzada, pues había vivido con su marido siete años desde su virginidad, y era viuda hacía ochenta y cuatro años; y no se apartaba del templo, sirviendo de noche y de día con ayunos y oraciones. Esta, presentándose en la misma hora, daba gracias a Dios, y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén.”
Luke 2:36-38

Cuando me pidieron que escribiera un blog sobre Ana, no estaba muy segura de cómo empezar, pero a medida que leía el versículo varias veces, comencé a relacionarme con ella de una manera muy personal. Perdí a mi esposo hace siete años. Las Escrituras nos dicen que Ana había estado sola durante 77 años. Pero, como viuda o viudo, ¿estamos realmente solos? No lo estamos. El Salmo 68:5 nos dice precisamente eso. Dios es, “Padre de los huérfanos y protector de las viudas es Dios en su santa morada”.

He hablado con varias personas que han perdido a su cónyuge y es interesante que cada uno menciona que, desde la muerte de su cónyuge, se han acercado más a Dios. ¿Es posible que en nuestro dolor y pruebas Dios realmente nos proporcione una bendición? Creo que sí. Dios nos ayuda a entender que la vida no ha terminado. Dios SIEMPRE tiene un plan para nosotros. Es nuestra responsabilidad confiar en Él y esperar Su tiempo.

Ana era la hija de Fanuel, un hombre piadoso cuyo nombre significaba “Rostro de Dios”. Ella era de la tribu de Aser. Ella parece haber sido criada en un hogar que confiaba en Dios. Casada sólo por siete años, pasó el resto de su vida dedicada a Dios en todo lo que hacía.

He aprendido dos cosas estudiando a Ana y escribiendo este blog. Primero, Dios nos proporciona la fuerza, el valor y el consuelo que necesitamos para superar las pruebas y los desafíos de esta vida. Cuanto más tiempo paso en oración y ayuno, más me acerco a Dios; pero también debo pasar tiempo escuchando Su respuesta a mis oraciones. Segundo, no solo debo pasar tiempo orando, ayunando y escuchándolo, sino que debo esperar Su tiempo para que las oraciones sean contestadas y debo confiar en que Él responderá mi oración a Su manera, no a la mía.

Ana era una mujer dedicada a la oración. Ella sabía que Dios era fiel y que la promesa de un Salvador se cumpliría. Estoy segura de que no sólo pasaba tiempo en oración, sino que pasaba tiempo escuchando, escuchando el suave susurro del Espíritu Santo. Muchas veces, cuando oro, me encuentro terminando mi oración y luego inmediatamente me lanzo a mis planes para el día. No me tomo el tiempo para escuchar, para escuchar el suave susurro del Espíritu Santo, comunicándose conmigo, brindándome palabras de fortaleza, sabiduría y coraje para enfrentar el día. Creo que Ana no solo pasó tiempo en oración y ayuno, sino que también pasó tiempo escuchando. Escuchando Sus palabras que la acercaban más y más a Dios.

¿Puedes imaginar cómo se debe haber sentido cuando vio a Jesús por primera vez y lo sostuvo en sus brazos? ¡Aquí estaba el Mesías prometido, la respuesta a las Escrituras, el Hijo de Dios durmiendo en sus brazos! Imagino que no hay palabras para describir el gozo que sentía y la urgencia de contarles a los demás que el Mesías había llegado. Ella sabía que el Mesías vendría; ella sabía que sería en el tiempo de Dios y supo en el momento en que lo vio que Él había llegado.

Se regocijó por el hecho de que la oración de Israel por un Mesías había sido respondida e inmediatamente comenzó a compartir las Buenas Nuevas. A veces estamos tan atrapadas en nuestros planes mundanos que no vemos las oraciones contestadas. Sí, vemos las grandes, como cuando un ser querido se cura de cáncer. Pero, ¿notamos las pequeñas, las bendiciones que Dios nos da todos los días? ¿Compartimos cómo esas oraciones han sido respondidas y cuán maravilloso es nuestro Dios? Creo que Ana notó todas las bendiciones de Dios, vio a Dios a su alrededor y compartió el amor de Dios con quienquiera que conociera.

Mi oración por nosotras es que seamos más como Ana: que pasemos más tiempo en oración, ayuno y escuchando a Dios. Que nos tomemos el tiempo para alejarnos de nuestras vidas ocupadas y mirar a nuestro alrededor a esta hermosa creación. Que reconozcamos, aceptemos y demos gracias por las bendiciones que Dios derrama sobre nosotras todos los días. Que a través de nuestro tiempo de oración diario nos acerquemos más y más a Dios. En las Escrituras, la historia de la vida de Ana son sólo unos pocos versículos cortos, pero ella es una inspiración. Su historia nos brinda lecciones importantes que nos brindan la oportunidad de tener una relación increíble y de por vida con nuestro Señor y Salvador.

 

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