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¿Puedo verdaderamente conocer a Dios sin verle en Su Palabra? En los Antiguo y Nuevo Testamentos, llegamos a conocer quién es Dios y cómo trabaja. Vemos qué le importa y dónde pone Sus prioridades.

Toda la historia de las Escrituras es una ventana que nos revela el carácter de Dios y cómo, por Su amor infinito, nos persigue sin cesar.

Dios comienza como el Creador (Gen. 1) y de una vez vemos cómo reacciona al pecado (Gen. 3 y 6). Y aunque quizás no entendemos bien cómo encaja todo en el resto del libro de Génesis, podemos ver las promesas de Dios, como las que hizo con Abraham (Gen. 12). Y luego reconocemos cuando se cumplen.

Vemos también como Dios sigue en control de todo, aun cuando otros tratan de echarlo todo a perder, como los hermanos de José (Gen. 50:20).

Y porque vemos el libro de Génesis repleto de una cantidad de ejemplos de personas imprefectas por las cuales Dios trabajó, ese libro me abrió los ojos de entendimiento para comprender la gracia de Dios cuando lo estudié hace unos años.

En Éxodo, vemos a Dios como Redentor de Su pueblo, una sombra de Cristo como Redentor. Dios comparte Sus mandamientos a través de Su siervo Moisés para que el pueblo pueda entender Su santidad y ser santo, llamados aparte para un propósito en un mundo de naciones con dioses paganos.

Dios les guió como el Buen Pastor en el desierto y a la Tierra Prometida, aun cuando no lo merecían.

Una y otra vez, por los profetas, vemos a Dios anhelando que Su pueblo vuelva a Él, que le llame, que se arrepienta, y acudir a Él.

Pero ese ciclo vicioso de amor, rechazo, arrepentimiento, y redención no es exclusivo a los israelitas.

Le fracasamos una y otra vez, pero Su amor nunca falla. Dios es amor (1 Jn. 4:8). Y de Su gran amor, mandó a Su Hijo como sacrificio perfecto (Jn. 3:16, Heb. 10:10). Dios se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn. 1:14).

Cristo se murió, fue sepultado, y el tercer día fue resucitado para que nosotros también pudiéramos morir, sepultarnos con Él en el bautismo, y resucitar en novedad de vida (Rom. 6:4).

Además, Dios nos ama demasiado para dejarnos tal y como somos. Es un transformador de vidas y redentor de almas. Nos dejó Su iglesia como un apoyo mientras trabajamos juntos (Rom. 12 y 1 Cor. 12), y como instrumento por el cual se proclama las buenas nuevas, hasta enviando a los que predican (Hch. 13:1, 15:3).

Nos reunimos en Su nombre para tomar el pan y el vino, proclamando la muerte de Jesús hasta que Él venga (1 Cor. 11:26). Hasta ese momento, nos espera en los cielos para hacernos una morada allí (Jn. 14:1-4), pero eso no implica que deja de ser vivo y activo, trabajando por el Espíritu Santo y la Palabra para revelar la verdad, transformar, recordar, y sanar.

¡Qué bendición conocer a Dios más a través de las Escrituras!

¿Necesitabas este recordatorio de estas cosas que quizás ya sabías de Dios, pero que se te habían olvidado? ¿Qué características faltan? Hay tantas maravillas de Dios para compartir, así que te invito a participar en la conversación y resaltar tu faceta favorita de Dios, revelada en la Biblia.

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