Nos encanta construir relaciones. Suscríbete a nuestro blog para recibir ánimo semanal en tu bandeja de entrada de correo electrónico.
Etiquetas
Búsqueda
Compras en línea
Nuestros libros, recursos gratis, tarjetas, botellas de agua, y más
- Detalles
Escrito por Adriana Rocha, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Brasil
No se preocupen por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias. (Fil. 4:6, NVI)
Cuando me convertí a Cristo, descubrí que poseía un arma para usar contra mis problemas: ¡la oración! En mi proceso de aprender a orar, también me di cuenta de cuántas cosas dentro de mí necesitaba trabajar y mejorar. Pero a menudo, con los motivos equivocados, usaba la oración como una venda en los ojos que me impedía ver lo que realmente estaba sucediendo y lo que tenía que hacer.
En los últimos años, durante un período muy difícil de mi vida, he experimentado más intensamente la oración. Aunque no tenía la intención de que la oración fuera el último recurso, era todo lo que quedaba cuando las demás opciones ya no estaban disponibles. Pero estaba en una batalla en la que no luché sola, siempre tuve mi relación con Dios. En los momentos en los que la incomodidad me impedía hablar con mis hermanos y hermanas sobre la situación, busqué consuelo en Dios.
Esta situación me enseñó que necesito orar, pedir ayuda a Dios para ver las cosas como realmente son, discernimiento para saber cómo debo proceder y comprensión sobre cómo y por qué orar. " Así mismo, en nuestra debilidad el Espíritu acude a ayudarnos. No sabemos qué pedir, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras" (Ro. 8:26). Una vez que entendemos qué hacer, necesitamos pedirle a Dios la fuerza para actuar.
Una de las cosas muy positivas para mí durante este proceso fue tener una amiga que perseverara conmigo en la oración. Esta querida y confiable hermana pasó horas al teléfono conmigo. El tiempo que pasamos juntas, compartiendo lo que estaba sucediendo y orando, fue muy importante para mí. Cuando no quería ser paciente y simplemente quería actuar sin esperar lo que Dios había preparado para mí, esta hermana me ayudó a ver la importancia del proceso de preparación de Dios. Es tan precioso tener a alguien orando con nosotros: " Porque donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt. 18:20).
A menudo, durante la pausa en el servicio de la iglesia, entrábamos en una habitación para que yo pudiera compartir cómo me sentía y orábamos juntas porque no quería que nadie más escuchara las cosas malas que estaban sucediendo. "Por eso, confiésense unos a otros sus pecados y oren unos por otros, para que sean sanados. La oración del justo es poderosa y eficaz" (Stg. 5:16). Su aliento para que oráramos juntas marcó la diferencia para mí. Ella también estaba pasando por algunas luchas difíciles y nuestra amistad también nos permitió orar por sus problemas.
Pero este tiempo con ella en comunión y oración no reemplazó mi tiempo a solas con Dios. ¡Seguí orando "sola" también! Aprendí que a pesar de que Dios sabe todas las cosas, en lugar de lanzar situaciones al azar, mis oraciones deben ser específicas. Oré incluso en los momentos en que no sabía qué decirle a Dios, tratando de entregarle la situación a Él en lugar de gastar mi energía en algo sobre lo que no podía hacer nada.
Oré incluso en los días en que apenas tenía la fuerza suficiente para deslizarme de la cama y ponerme de rodillas y, sin saber qué decir, simplemente llorar. " Entonces ustedes me invocarán, vendrán a suplicarme y yo los escucharé. Me buscarán y me encontrarán cuando me busquen de todo corazón" (Jer. 29:12-13). Siento que Dios me ha dado la fuerza y el coraje para mantenerme en pie mientras enfrento este problema, sosteniéndome para que las nuevas exigencias no me sacudan.
Durante toda la situación, un versículo permaneció en mi mente: “Ya te lo he ordenado: ¡Sé fuerte y valiente! ¡No tengas miedo ni te desanimes! Porque el Señor tu Dios te acompañará dondequiera que vayas" (Jos. 1:9). Si pasar por todo eso fue tan difícil como lo fue, imagínate pasar por ello sin la ayuda de Dios.
Para concluir, quiero recordarles que la oración nos libera y nos alivia. Es una bendición entregar nuestras preocupaciones a Dios. Incluso cuando no podemos expresarlo con palabras, Dios sabe lo que queremos decir. "Dedíquense a la oración: perseveren en ella con agradecimiento" (Col. 4:2). No podemos hacer lo que no depende de nosotras. Necesitamos entregar nuestras preocupaciones a Dios. La gente suele decir: "Lo único que puedo hacer es orar", como si eso fuera algo pequeño. Pero orar es la acción más importante de todas. En lugar de eso, deberíamos decir: "Voy a hacer lo mejor que puedo hacer: ¡orar!" Deja de dar vueltas en círculos por tu cuenta, acércate al Creador y sigue Su guía.
¿Y tú? ¿Estás dispuesta a ser preparada por Dios para actuar después de tu oración?
- Detalles
Escrito por Beliza Kocev, Coordinadora de Brasil del Ministerio Hermana Rosa de Hierro
"... Vine a desahogarme delante del Señor." (1 S. 1:15b RVC)
Imagina algo que quieres de verdad. Ahora imagina que además de quererlo de verdad, la gente lo espera de ti. Y además de eso, piensa que hay algo malo en ti porque no tienes lo que “deberías”. Imagina que alguien se burla de ti por eso.
Esta fue la vida de Ana. Su nombre significa "favorecida", lo que parece irónico en una época en la que la infertilidad era vergonzosa, no solo para la mujer, sino también para su familia. Y además de lidiar con el dolor de la infertilidad, fue humillada por Penina, la otra esposa de su marido Elcana (1 S. 1:6). Las provocaciones de Penina angustiaron a Ana. Lloraba y no comía.
Todos los años Elcana iba con sus esposas a Siló, donde había un templo. Y la historia se repetía cada vez: ir al templo, ser provocada por Penina, llorar, dejar de comer y, a pesar del intento de su marido de consolarla, permanecer en la misma condición (1 S. 1:7-8). Él intentaba satisfacerla con un buen trato, incluso siendo más generoso con Ana que con Penina, pero no entendía el dolor de Ana.
No sabemos cuántos años se repitió esta situación. Pero a lo largo de todos ellos, Ana continuó compartiendo su angustia y dolor con Dios. En uno de estos viajes a Siló, “Ana estaba muy triste y lloraba mucho mientras oraba al Señor" (1 S. 1:10 PDT). ¡Ana se levantó! Ante el dolor y la angustia, la humillación y la tristeza, al igual que Ana, necesitamos buscar a Dios, ya que solo Él puede dar alivio y consuelo a nuestros corazones. Muchas veces no podremos levantarnos por nosotras mismas. Por eso, es tan importante que tengamos hermanas cerca de nosotras para compartir nuestro dolor y luchar con nosotras en oración.
Algo interesante de la oración de Ana es que ella fue específica en su petición. Ana se conocía a sí misma y tenía una clara comprensión de lo que le angustiaba. Sabía exactamente lo que quería de Dios, y dejó claro que si su oración era contestada, dedicaría a su hijo al Señor (1 S. 1:11).
Cuando el sacerdote Elí la vio, pensó que estaba borracha porque solo movía los labios mientras oraba (1 S. 1:13-14). Ella le explicó su situación y compartió la aflicción que sentía. Elí respondió: "Vete en paz, y que el Dios de Israel te conceda lo que le has pedido" (1 S. 1:17 NVI).
Después de esta oración y de la conversación con Elí, Ana se alimentó y su rostro, incluso, cambió y se volvió más expresivo (1 S. 1:18). ¡Ana regresó a casa y quedó embarazada! ¡Imagínate su alegría! ¿Alguna vez has recibido una bendición por la que habías esperado mucho tiempo? ¿Recuerdas tu gozo al obtener algo que esperabas, por lo que orabas y que pedías a Dios, derramando tu corazón? "Oraba por este niño, y el Señor me lo concedió" (1 S. 1:27).
Ana cumplió su promesa. Después de que Samuel fue destetado, ella lo llevó al templo. Recibió la tan esperada bendición, pero recordó que todo lo que tenemos debe ser usado para el Reino de Dios. Después de la humillación, la vergüenza y la angustia, pudo cantar y alabar con acción de gracias por la gracia recibida. Ella proclama en voz alta lo que el Señor hizo. "Nadie es santo como tú, Señor. Fuera de ti, no hay nadie más. No hay mejor refugio que tú, Dios nuestro" (1 S. 2:2).
El ejemplo de Ana nos enseña la importante lección de cómo la oración es un arma poderosa: doblar las rodillas y elevar nuestras voces a Dios es algo que Jesús nos enseñó y nos dio como ejemplo. ¡Debemos perseverar en la oración!
La de Ana fue una oración amarga que creó dentro de ella una profunda comprensión de su necesidad de buscar a Dios. Era una oración comprometida a consagrar al Señor la bendición que recibía. Vivimos tiempos difíciles. Que el Espíritu Santo nos ayude a, como Ana, perseverar en la oración y recordar nuestro compromiso con Dios.