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Escrito por Beliza Kocev, coordinadora de Brasil del Ministerio Hermana Rosa de Hierro
“¡La compasión triunfa en el juicio!” (Stg 2:13b NVI)
Crecí en un ambiente muy estricto. Los logros, rara vez celebrados, eran vistos como “no hizo más que su obligación”. Por otro lado, los fracasos traían muchos castigos y a menudo se recordaban una y otra vez…
Al comienzo de mi vida cristiana, alguien me explicó la diferencia entre la gracia de Dios y la Su misericordia. En resumen, Gracia: recibir algo que no merecemos, salvación y vida eterna. Misericordia: no recibir algo que merecemos, castigo por el pecado y muerte eterna. “Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor por nosotros, nos dio vida con Cristo, aun cuando estábamos muertos en pecados. ¡Por gracia ustedes han sido salvados!” (Ef 2:4-5).
¡Ganamos por ambos lados! Esto no fue gratis, ¡aunque sí para nosotros! ¡Pero no para Dios! “Fueron comprados por un precio” (1Co 6:20a). Juan el Bautista presentó a Jesús como el Cordero que quita el pecado del mundo (Jn 1:29) y al quitar nuestro pecado nos promete la vida eterna (1Jn 2:25).
La mayor misericordia de Dios es liberarnos de la muerte eterna, que es la consecuencia de nuestro pecado, y eso en sí mismo es motivo de gran gozo y celebración. Pero la misericordia de Dios es inagotable (Lm 3:22), y nos da la oportunidad de reescribir nuestra historia y vivir una nueva vida aquí en la tierra. ¡Otra razón más para celebrar! Aunque tenemos que lidiar con las consecuencias de nuestras acciones, tenemos la oportunidad de vivir aquí como nuevas criaturas y sentir la transformación de Dios en nuestras acciones, palabras e incluso voluntades.
Y parte de celebrar la misericordia de Dios es extender esa misericordia a los demás: “Sean compasivos, así como su Padre es compasivo” (Lc 6:36). La parábola del siervo despiadado nos enseña una lección valiosa: nuestro fracaso en hacer la voluntad de Dios, nuestro pecado, es más grave que cualquier ofensa que alguien pueda cometer contra nosotros (Mt 18:21-35).
“¡Siervo malvado! …te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haberte compadecido de tu compañero, así como yo me compadecí de ti?” (Mt 18:32-33). Parte de la vida cristiana es mostrar al mundo la luz de Jesús. Cuando somos misericordiosos con las personas que nos rodean, mostramos nuestra gratitud a Dios y celebramos la misericordia que nos ha dado.
Otra forma de celebrar es proclamar esta misericordia para que otras personas también puedan experimentarla. Vivir con Dios, sabiendo que su bondad y misericordia están con nosotros, cambia nuestras vidas. Después de todo, es imposible que tu vida no sea transformada al conocer a Cristo, ¡con la vida eterna en perspectiva! “El Señor es misericordioso y compasivo, lento para la ira y grande en amor. El Señor es bueno con todos; él tiene misericordia de todas sus obras” (Sal 145:8-9). En un mundo lleno de maldad, conocer la bondad y la misericordia de Dios nos brinda consuelo, aliento y propósito.
¡Otra forma de celebrar la misericordia de Dios es recordarla! Cuando conocemos a Dios y reconocemos nuestros pecados, la misericordia de Dios nos toca. Sentimos el amor de Dios, expresado en Su misericordia al enviar a Su único Hijo, el amor que nos impulsa, que lo llevó a hacerse carne para que pudiéramos estar con ellos eternamente.
La gratitud y el recuerdo de la misericordia de Dios no solo deben estar en nuestros corazones en el momento de nuestra conversión. Deben ser una parte importante de nuestro continuo caminar en fe. Y así, en los momentos de fracaso y tropiezo, cuando la culpa y la vergüenza nos abruman, recordemos que podemos acudir a nuestro Padre misericordioso. Que el recuerdo de Sus brazos abiertos, llenos de misericordia, nos dé el coraje de no apartarnos de Su camino después de la caída.
Que seamos conscientes y nos alegremos de la misericordia que recibimos de Dios, que clamemos por Su misericordia en los valles de nuestra vida, y que proclamemos a todos cómo esta misericordia puede llegar también a ellos.
En el Salmo 89 el salmista se siente muy agradecido. Contempla las maravillosas acciones del Señor y tiene una intención clara: “Oh Señor, por siempre cantaré la grandeza de tu gran amor; por todas las generaciones proclamará mi boca tu fidelidad” (Sal 89:1).
¿Cómo celebrarás hoy la infinita misericordia de Dios?
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Escrito por Rayne Gomes, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierrro en Salvador, Brasil
“Sean compasivos, así como su Padre es compasivo.” (Lc. 6:36 NVI)
En mi trabajo, prestamos servicios a una organización pública responsable de otorgar beneficios a los ciudadanos. Es un día normal para mí servir a docenas de personas a las que se les han negado sus beneficios, a pesar de que tienen todo el derecho a recibirlos. Por lo tanto, impugnan la decisión porque, desde una perspectiva humana, todos deben recibir lo que les corresponde y es injusto no darle a alguien lo que se merece.
La perspectiva espiritual de la misericordia consiste precisamente en no conceder algo que se merece, pero para nosotros, esto es una tremenda bendición porque si consideramos lo que merecemos recibir según nuestra naturaleza pecaminosa, no nos quedaría nada más que la condenación eterna.
El escritor del libro de Hebreos habla mucho sobre la mediación y la concesión de misericordia en nuestras vidas. En el capítulo 2, versículo 17, declara: "Por eso era preciso que en todo se pareciera a sus hermanos, para ser un sumo sacerdote fiel y compasivo al servicio de Dios, a fin de obtener el perdón de los pecados del pueblo". Es interesante ver el énfasis que el autor pone en el hecho de que cuando Jesús vino en la carne, experimentó las mismas situaciones que nosotros y vivió la misma realidad que todos los seres humanos. Sin embargo, sabemos que Él no se sometió al pecado. Por lo tanto, ¿qué haría que alguien volviera la ira de Dios sobre sí mismo y recibiera la sentencia que merecíamos? MI-SE-RI-COR-DIA.
Cuando merecíamos la muerte, la condenación y la distancia eterna de Dios... Jesús vino y tomó nuestro lugar para que no recibiéramos lo que nos correspondía. ¡Qué verdadero alivio!
No solo eso, sino que Cristo también destruyó lo que podía incapacitarnos eternamente, nos trajo de regreso a la familia de Dios y Él puede afirmar que sabe exactamente por lo que pasamos porque experimentó los mismos dolores, tentaciones y pruebas para poder ayudarnos mientras estamos en esta vida. Y debido a que Él también ha experimentado esta misma vida, Él verdaderamente tiene compasión por nosotros.
Podemos estar seguros de que, disfrutando de este inmenso beneficio que nos brinda Jesús como seguidores de sus pasos, no hay nada más importante que imitarlo en nuestras vidas ofreciendo también misericordia a nuestro prójimo. Por supuesto, la aplicación será diferente. No podemos hacer expiación, ni necesitamos hacerlo, porque Jesús ya lo ha hecho de una vez por todas. Sin embargo, extender una mano misericordiosa a nuestro hermano o hermana en el perdón, el amor y la empatía nos lleva a una actitud de misericordia, un ejemplo dejado por el Maestro que instruyó a Sus discípulos en Lucas 6:36: “Sean compasivos, así como su Padre es compasivo”.
Tómate un momento para reflexionar: ¿Cómo puedes expresar mejor tu misericordia hacia los demás?
Recuerda, Cristo ya ha hecho la parte más difícil, ¡y Él te ayudará en el camino!