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Como parte de la comunidad de misioneros, me gustaría saludarlos hoy con la canción “El mundo no es mi hogar.”
Uno de los comentarios que más me molestaba cuando venía de visita a los EE.UU. era “¡Bienvenida a casa!” Aprecio y entiendo lo que querían decir con su saludo, pero no sentía que había vuelto a casa. “Casa” ya llevaba un significado distinto después de pasar tanto tiempo en otro país, cultura, e idioma.
No me malentiendan. Hay muchas personas y lugares que me hacen sentir en casa—como parte de la familia y cómoda como para agarrar un vaso del gabinete, tomar una siestica en su sofá, o lavar mis propios platos.
En el reino, Dios nos ha dado la bendición de una familia y una comunidad que trasciende fronteras, culturas, e idiomas.
Pero cuando has vivido en muchas partes y has sido parte de las vidas de mucha gente, tienes la tendencia de anhelar los cielos donde ya todas esas personas queridas estarán juntas por la eternidad.
Cada vez que conozco a alguien que ha pasado tiempo en el ministerio a tiempo-completo o que ha vivido en otro país, hay una conexión instantánea que se forma. Hace poco, escuché la siguiente cita de alguien que había vuelto a vivir en Chile después de haber pasado varios años en los EE.UU. Alguien le preguntó si prefería estar en Chile de nuevo o si le hacía falta su vida en los EE.UU.
“Definitivamente, me contenta estar de vuelta en Chile. En los EE.UU., la gente esperaba que yo fuera americana y ya no soy americana después de haber vivido fuera tanto tiempo. Aquí en Chile, no esperan que yo sea chilena, así que puedo ser mi misma.”
Definitivamente, el mundo no es mi hogar.
¿Qué casa anhelas hoy?
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Había un paralítico que llevaron a Jesús de una manera única en Marcos 2. Fue bajado en una camilla por el techo con la ayuda de cuatro amigos. Es una historia poderosa de amistad, apoyo, fe, y otra oportunidad en que Jesús aprovecha para enseñarles algo importante.
Toma un momento para leer la historia en Marcos 2:1-12. (Está copiado y pegado abajo para que no tengas las excusa que requiere tiempo buscar la cita.)
Mi pregunta es la siguiente... ¿Cuál personaje eres?
- el enfermo en la camilla con necesidad de apoyo y sanación
- los cuatro amigos cuya fe hizo que Jesús le perdonara los pecados al paralítico (Sí, fue la fe de ellos, no la fe del paralítico que le sanó. ¿Lo notaste en el versículo 5?)
- los maestros de la ley escépticos que dudaban de Jesús
- un observador que había llegado antes para escuchar a Jesús, maravillado de lo que Jesús hizo ese día
- Sin importar el personaje que seas hoy o en esta temporada de la vida, te animo a que tomes la oportunidad para llamar a cuatro personas y pides que te levante en oración al Padre por algo en que quieres ser sanada. Comprométete orar por ellos también. A veces, nuestra fe nos permite creer más en la sanación de otro que en la nuestra. ¡Que nos bajemos por el techo y nos levantemos al Padre!
Unos días después, cuando Jesús entró de nuevo en Capernaúm, corrió la voz de que estaba en casa. Se aglomeraron tantos que ya no quedaba sitio ni siquiera frente a la puerta mientras él les predicaba la palabra. Entonces llegaron cuatro hombres que le llevaban un paralítico. Como no podían acercarlo a Jesús por causa de la multitud, quitaron parte del techo encima de donde estaba Jesús y, luego de hacer una abertura, bajaron la camilla en la que estaba acostado el paralítico. Al ver Jesús la fe de ellos, le dijo al paralítico: —Hijo, tus pecados quedan perdonados. Estaban sentados allí algunos maestros de la ley, que pensaban: «¿Por qué habla éste así? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?» En ese mismo instante supo Jesús en su espíritu que esto era lo que estaban pensando. —¿Por qué razonan así? —les dijo—. ¿Qué es más fácil, decirle al paralítico: “Tus pecados son perdonados”, o decirle: “Levántate, toma tu camilla y anda”? Pues para que sepan que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados —se dirigió entonces al paralítico—: A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa. Él se levantó, tomó su camilla en seguida y salió caminando a la vista de todos. Ellos se quedaron asombrados y comenzaron a alabar a Dios. —Jamás habíamos visto cosa igual —decían. (Marco 2:1-12 NVI)