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elina300Escrito por Elina Vath, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Ohio

He intentado sentarme y escribir varias veces. Me he preguntado qué motivos me llevaron a elegir el tema de “relaciones tóxicas: aplicación personal”. No llamaría a lo que siento "bloqueo del escritor" porque es más bien una "parálisis del escritor". Describir lo que Dios me ha enseñado a través de mi experiencia con relaciones tóxicas significa cavar hoyos rellenos y cubiertos con pasto. Significa ir a lugares donde nunca quisiera regresar.

Pero Jesús. Mi mente va hacia Él.

Jesús no olvida Su relación con esos hombres conocedores vestidos con túnicas elegantes que se suponía que lo respaldarían y que en lugar exigieron lo asesinaran. No olvida que uno de Sus amigos más cercanos lo vendió por una pequeña bolsa de monedas. Más bien, Jesús se aseguró de que estas relaciones tóxicas fueran documentadas múltiples veces, por múltiples personas, y preservadas a lo largo de los siglos para que millones de personas las supieran.

El conjunto de pruebas de que Jesús estaba recibiendo la toxicidad de quienes lo rodeaban es extenso.

Nadie conoce el narcisismo, la manipulación, el engaño y la traición como Jesús. Aquellas de nosotras que tenemos experiencia directa con cualquiera o todas estas formas de disfunción podemos afirmar que Aquel a quien seguimos sabe exactamente cómo se siente. Servimos al Dios-hombre que ve nuestro sufrimiento, la traición y el dolor, y siente empatía. Si algo de lo que escribo me da consuelo, que sea esto: cuando nos acercamos a Él en oración, hablamos con Él y le derramamos nuestro corazón. Él siente nuestro dolor y luego promete darnos una paz que está más allá de toda comprensión.

Pero ¿qué hay de mí?

Vivimos en un mundo caído donde constantemente navegamos por la toxicidad en nuestras relaciones. Y ninguna de nosotras es inocente de exhibir comportamientos tóxicos. Todas hemos dicho o hecho cosas de carácter tóxico. Quizás fuiste la instigadora, quizás estuviste reaccionando a algo que te lastimó. Cualquiera que sea la situación, identificar tus propios rasgos tóxicos es una gran parte del proceso de curación. Puedo decir por mí misma que crecer y decidir, “ya no soy quien solía ser”, me ha empoderado. Así que acepta el poder de Dios para transformarte y disfruta de ser alguien diferente ahora, alguien que se parece un poco más a Jesús.

Pero ellos no han cambiado.

Hay momentos en los que las relaciones tóxicas no pueden eliminarse por completo de tu vida. Cuando esto suceda, el proceso de curación se repetirá. Y otra vez. Y otra vez. Porque el dolor, la manipulación, etc., no cesarán. Pero recuerda, has cambiado. Ves a través de la toxicidad. Has cambiado los patrones de tu comportamiento. Ya no procesas las dagas de la misma manera que antes y ya no tienen el mismo efecto en ti. No dejes que las repetidas experiencias negativas te desgasten. En cambio, considéralas como oportunidades para fortalecerte y desarrollar tu carácter. Verás que, con el tiempo, la curación llegará más rápidamente.

Pero a veces soy débil.

Te escucho, hermana. Ambas daremos un paso atrás. Ambas tendremos momentos en los que volveremos a ser como solíamos ser. Pero espera. Mejorarás en controlarte a ti misma y, al poner tu debilidad a los pies de Dios, Él te dará lo que necesitas a cambio. No te desanimes en los momentos de debilidad. A Dios no se le acaba la misericordia y la gracia, y le encanta que acudas a Él en busca de ayuda.

Mi corazón está contigo. Lamento que te hayan lastimado. ¡Te ánimo mientras sanas!

Kara BensonEscrito por Kara Benson, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Alabama (EE.UU.)

Una linda consejera de un campamento (a la que llamaremos Elizabeth) compartió conmigo una anécdota digna de recordar. Elizabeth había estado casada previamente, pero su marido, tristemente, cayó en pecado y decidió marcharse con otra mujer. Después de algún tiempo, la otra mujer se interesó por Jesús. Insegura sobre a quién más preguntar, se acercó a Elizabeth. Elizabeth me dijo que nunca olvidará sentarse con ella en su cocina, compartiendo el evangelio con la mujer que le había robado a su marido y causado estragos en su vida. Era lo más difícil que jamás había hecho. Pero salvar un alma era más importante que su corazón roto; dejó de lado sus sentimientos heridos por un propósito mucho mayor.

Elizabeth se mantuvo a cierta distancia de la otra mujer para proteger su corazón. Está bien y es sano establecer límites con otras personas. En su podcast Excel Still More [Sobresal más todavía], Kris Emerson describe cómo el apóstol Pablo hizo precisamente eso. A dos compañeros de viaje misionero en los que Pablo había confiado previamente, ya no les permitió viajar con él después de que lo abandonaron: Demas y Juan Marcos. Después de viajar con Pablo y participar en su ministerio, Demas lo abandonó “por amor a este mundo” (2 Tim. 4:10 NVI). En su carta anterior, Pablo afirmaba que Dios “quiere que todos sean salvos y lleguen a conocer la verdad” (1 Tim. 2:4). En 2 Timoteo 4:16, vemos un deseo de misericordia hacia aquellos que lo habían abandonado. A pesar de su deseo, Pablo ya no podía confiar en Demas y le advirtió a Timoteo sobre él.

Puede haber cristianos en quienes no podemos confiar debido a sus continuas malas decisiones. Todavía los amamos y nos importan. La pérdida de confianza no es ni desear ni determinar la condenación; más bien, poner límites es protegernos. La escritura enseña “no se dejen engañar: las malas compañías corrompen las buenas costumbres” (1 Cor. 15: 33). No queremos influencias nocivas en nuestras vidas. Tener relaciones cercanas en las que podamos influir en alguien hacia Jesús sin dejarnos desviar requiere equilibrio. Segunda de Corintios 6:14 nos instruye a no unirnos en yugo desigual con los incrédulos. Podríamos pensar que somos lo suficientemente fuertes, pero puede que ese no sea el caso.

Por lo tanto, necesitamos trazar y mantener límites. Aquellos que están al otro lado de esos límites siguen siendo personas valiosas. Jesús enseña que los dos mandamientos más importantes son amar a Dios y amar a nuestro prójimo (Mc. 12:28-31). Cuando se presente la oportunidad de mantener este equilibrio y enseñar la verdad, debemos seguir el ejemplo de Elizabeth y aprovecharlo.

En Eclesiastés, se nos recuerda el valor de las relaciones mutuas en las que “si caen, el uno levanta al otro” (Ec. 4:9-12). Aquellos a quienes tenemos cerca deberían “levantarnos” fomentando nuestra fuerza y devoción. Podemos escuchar sus consejos y confiar en ellos, porque “el que con sabios anda, sabio se vuelve” (Prov. 13:20). Estas son las personas con las que nos comunicamos regularmente y con las que nos sentimos seguros. Al formar relaciones con personas dignas de confianza y sabias, construimos un sistema de apoyo que fortalece nuestra fe y nos da la confianza y la capacidad de influir en otros hacia Cristo.

Debido a su inmenso valor, debemos priorizar construir e invertir en relaciones saludables que podemos haber descuidado. Esto requiere observar y apreciar su carácter positivo, acercarlos y profundizar nuestra relación con ellos. Es posible que necesitemos tomar la iniciativa y descubrir cómo podemos animar también al otro.

Por el contrario, si hay una relación no saludable que te está dañando a ti o tu relación con Dios, es necesario abordarla. Jesús nos enseña sobre cortarnos la mano o el ojo que nos hace pecar (Mt. 5:29-30). Si tienes una relación con alguien que te está conduciendo al pecado o trabajando en contra de lo que estás tratando de hacer para el Señor, es posible que sea necesario ponerle fin. Si no se puede finalizar, limita el tiempo que interactúas con esa persona. Un poco de espacio puede ayudarte a tener una fe más sana y beneficiar a la otra persona. Ora, pide la guía de Dios y lee Su Palabra antes de decidir.

Mientras Pablo y Bernabé se preparaban para su segundo viaje misionero, Bernabé quería llevar a Juan Marcos con ellos. Sin embargo, “a Pablo no le pareció prudente llevarlo, porque los había abandonado en Panfilia y no había seguido con ellos en el trabajo. Se produjo entre ellos un conflicto tan serio que acabaron por separarse” (Hch. 15:38-39).

Pablo no podía confiar en Juan Marcos porque previamente los había abandonado. Más tarde, sin embargo, Pablo pidió que le trajeran a Juan Marcos porque siempre le había sido “de ayuda en [su] ministerio” (2 Tim. 4:11). Con el paso del tiempo, debió de producirse el cambio. De esto podemos aprender que hay esperanza de que se restablezcan las relaciones. Nuestro Dios está en el negocio de la redención y la restauración; unas veces en esta vida, otras veces en la próxima.

No importa el resultado, “sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman” (Rom. 8:28).

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