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Escrito por voluntarias del Ministerio Hermana Rosa de Hierro Crismarie Rivas (hija) desde Ecuador y Johanna Zabala (madre) desde Venezuela
Cuando hablamos de la gracia en las relaciones, nos situamos en aspectos personales, familiares, laborales, sociales y de amistad, conectándonos de manera inmediata al precioso enfoque espiritual; porque como sabemos, la gracia no fuera gracia, si no hubiera sido dada por Dios.
Un ejemplo claro es el del apóstol Pablo quien, por medio del Espíritu Santo, le habla a la iglesia en Éfeso, y hoy en día a nosotras, mencionando que "Por gracia somos salvos" (Ef. 2:1-10).
Esto nos muestra un favor gratuito e inmerecido que viene del amor y voluntad de Dios hacia todo ser humano sobre la faz de la tierra, pero que conlleva una serie de características únicas de la gracia salvadora de nuestro Señor Jesucristo, que es Su amor, bondad, compasión, consideración y misericordia hacia cada una de nosotras.
Hoy en día, encontramos una sociedad que poco conoce la gracia redentora de Jesucristo, es por ende que muy escasamente en el mundo existe la gracia en las relaciones.
Sin embargo, para cada una de nosotras como hijas y conocedoras de la voluntad de Dios a través de Su gracia dada por medio de Su hijo, nuestro Señor Jesucristo, se hace necesario incentivar la gracia en las relaciones y muy especialmente en la familia de la fe. Esto abarca en todos los sentidos, en el amor, la bondad, la compasión, la consideración y la misericordia entre todas.
Estos son elementos claves para una verdadera relación en gracia y del sentimiento común en Cristo que nos lleva a la práctica lógica del mandamiento directo de amarnos los unos a los otros, indicado en 1 Juan 4:7, y nos vincula con la obediencia a Dios.
Ante tal efecto, es la gracia de Dios un regalo divino y maravilloso que nos brinda amor, perdón y fortaleza para fomentar la comprensión, la reconciliación y el crecimiento espiritual que nos une poderosamente.
En la Biblia se enseña muchísimo sobre la aplicación de la gracia en nuestras relaciones y escudriñando una vez más, Efesios 1:6-7 (RVR) nos recuerda: "para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia". Es decir, la gracia de Dios nos acepta tal como somos, y nos libra de la carga del pecado a través del sacrificio de Jesús.
Así mismo, la gracia precede al perdón y reconciliación: "Soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros" (Col. 3:13 RVR).
Por lo tanto, la gracia nos llama a perdonar como Cristo nos perdonó. Al perdonar, abrimos de inmediato la puerta a la reconciliación y a la madurez en cada relación. Primera de Corintios 13:4-7 (RVR) bellamente nos manifiesta:
El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, más se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
Entonces, es grande reconocer que la gracia nos capacita para ser pacientes y tolerantes en todas nuestras relaciones, reflejando el amor de Dios en nuestra conducta y acciones. Y es acá, cuando la gracia se convierte en un servicio desinteresado, siendo un hecho único y santo que nos libera para servir a los demás con amor, sin esperar nada a cambio, siguiendo el ejemplo fiel del amado Jesús.
Por último, la gracia también permite una comunicación edificante. Pues nos lo reafirma Efesios 4:29, "Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes", por lo que la gracia santificante se manifiesta igualmente en la forma en que nos comunicamos, cuando como damas de Dios las unas a las otras nos edificamos y alentamos con palabras, llevando al mismo tiempo gracia a quienes nos escuchan.
En conclusión, amadas hermanas, la gracia de Dios es hermosamente fundamental en toda relación saludable y fructífera. Hay una necesidad indiscutible de aplicarla en nuestras interacciones personales, familiares y espirituales para todas poder experimentar la plenitud del amor y la paz que provienen de Dios. Que, en adelante, este favor exclusivo de parte del Padre Celestial nos inspire a vivir en la gracia y a reflejarla siempre en cada una de las relaciones en la que nos encontremos. Preguntémonos a diario ¿nos acompaña y unifica la gracia del Espíritu Santo en todo tiempo?
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Escrito por Alina Stout, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Oklahoma
No es ningún secreto que Jesús era cercano a la familia de María, Marta y Lázaro (Lc. 10, Jn. 11-12). Él les acompañó en una gran prueba en sus vidas y Su fidelidad hacia ellos les guio hacia su entregado agradecimiento a Jesús.
María y Marta perdieron a su hermano Lázaro por una enfermedad. Pidieron a Jesús que viniera a sanar a Lázaro, pero Jesús esperó hasta que supo que Lázaro había muerto. Él no llegó a la casa de María y Marta en Betania hasta cuatro días después de la muerte de Lázaro (Jn. 11:1-17).
En su duelo, Jesús estuvo allí para María y Marta de la manera única en que cada una de ellas lo necesitaba mientras lloraban por Lázaro. Cada una de ellas expresó su fe en Jesús a pesar de estar siendo probadas por su lucha interna.
Marta expresó a Jesús su conflicto entre fe y dolor. “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero también sé ahora que todo lo que le pidas a Dios, Dios te lo concederá” (Jn. 11:22, RVC). Jesús le reveló a Marta una verdad sobre Sí mismo en respuesta a su fe y la retó a dar un paso más. Le dijo: “Yo soy la resurrección y la vida… ¿Crees esto?” y ella contestó: “Sí, Señor; yo he creído” (Jn. 11:25-27).
María le expresó a Jesús sólo su dolor, mostrando su frustración porque sabía que Jesús podría haber hecho algo para evitarlo. “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto” (Jn. 11:32). Jesús “se conmovió profundamente” por su llanto y lloró con ella (Jn. 11:33-35).
Jesús fue su amigo en el momento en el que más le necesitaban. Pero como Mesías, ¡Jesús era capaz de resucitar a su hermano Lázaro de la muerte!
María y Marta mostraron su gratitud a su amigo y Señor Jesús de formas diferentes.
Marta mostró gratitud preparando una cena para Él y Sus discípulos. Su cena en honor a Él fue una expresión su fe. Era la manera en que podía devolver a Jesús por la vida nueva que Él le había dado a su hermano. Ella sacrificó su tiempo personal y su esfuerzo para servirle (Jn. 12:2).
María mostró gratitud a Jesús de una forma que era también un sacrificio para ella; el sacrificio de casi un año de salario. Ella ungió los pies de Jesús con un perfume muy caro y los secó con sus cabellos (Jn. 12:3). María entendió que Jesús es la fuente de vida. ¿Qué le faltaba? Nada.
Cuando María sacrificó un costoso frasco de perfume, uno que podría haberle dado seguridad financiera si Lázaro muriera o podría haber sido usado como una futura dote, decidió renunciar a él en agradecimiento por la Resurrección y la Vida que sostendrían cada una de sus necesidades.
María y Marta, por fe y gratitud, pusieron a Jesús por encima de ellas mismas. Ofrecieron su sacrificio personal en nombre de Jesús porque lo reconocieron como la Resurrección y la Vida. Si Jesús era vida, entonces querían que su vida honrara a Jesús.
Al igual que María y Marta, llegamos a tener una relación con nuestro Amigo y nuestro Señor y Salvador, Jesucristo. Cuando enfrentamos pruebas, Jesús está ahí con nosotras. Él está emocionalmente presente como lo estuvo con María. Él nos guía al conocimiento de la verdad como lo hizo con Marta. Él está presente con nosotras como un amigo, pero también es nuestro Señor. Y cuando superamos nuestras pruebas con Jesús a nuestro lado, ¡estamos más que agradecidas!
Nuestra gratitud hacia nuestro amigo y nuestro Señor y Salvador muchas veces parece un sacrificio. ¡Seguro que así fue para María y Marta! En nuestro agradecimiento por la vida que Jesús nos ha dado, nuestra respuesta es dedicar nuestras vidas a Él.
“Así que, hermanos, yo les ruego, por las misericordias de Dios, que se presenten ustedes mismos como un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. ¡Así es como se debe adorar a Dios!” (Ro. 12:1).
Piensa en cómo puedes dedicar tu vida a Jesús como sacrificio vivo. ¿Qué tienes que puedas ofrecerle a Jesús? ¿A qué estás dispuesta a renunciar por Jesús?
Piensa en cómo puedes animar a tus Hermanas Rosa de Hierro a unirse a ti en tu sacrificio vivo. María y Marta podrían haber mostrado gratitud a su manera, pero lo hicieron juntas en la misma cena. ¿Hay alguna manera en que puedas unirte a tus Hermanas Rosa de Hierro ofreciendo juntas sus métodos únicos de gratitud?