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Mi primer carro fue una Nova de la Chevy del año 1986. Pero la primera vez que lo manejé, todavía pertenecía a mis abuelos, y se notaba mi falta de experiencia.
A mi abuelo, le gusta recordarme de ese día y como aceleré de tal forma que el motor sonara, resistiendo ir a alta velocidad en muy poco tiempo. La resistencia del motor reflejó la mía también.
Mi mamá advirtió a su papá que era posible que necesitara un poco más de práctica antes de llevarle al trabajo en Miami, pero él pensó que sería buena oportunidad para mí.
Después de unas instrucciones finales, sentados en la entrada frente a su casa en su calle de mucho tráfico, retrocedí en la dirección equivocada. Dos veces. Después de la segunda vez, mi abuelo me dijo, “Vamos a dar la vuelta por la cuadra.”
Antes de que pude dar la vuelta a la cuadra, ya había dado más evidencia de mi falta de experiencia en conducir. No importaba que yo no podía ver alrededor de los arbustos en la señal del alto para poder girar a la derecha, de regreso a su calle y seguir en la dirección correcta. No. Primer, tenía que detenerme completamente detrás de la línea del alto, y luego adelantarme poco a poco hasta que pudiera ver claramente.
En la siguiente cuadra, el carro enfrente de mi dobló lentamente hacia el supermercado, lo cual quiere decir que nosotros estábamos detenidos completamente. Saludé al carro frente a nosotros, mientras esperaba para doblar a la izquierda y entrar al mismo supermercado, pero fui rápidamente reprendida por hacerlo. Dividida entre lo que ya le había indicado al otro conductor y lo que estaba escuchando desde el asiento del pasajero, comenzó el juego de quién pasa primero. En seguida el motor del carro comenzó a sonar mientras trataba de acelerar para alejarme de la situación incomoda, la cual ya estaba lista para dejar en el pasado. En este momento, la lengua de mi mamá probablemente estaba sangrando por mordérsela de los nervios en el asiento de atrás…
Continuamos por un par de millas sin incidentes, pero la caceta de peaje estaba mas adelante, y eso fue en el tiempo que en que todas las cacetas de peaje requerían monedas. Esperamos nuestro turno para tirar las monedas en la bandeja de recolección, y mientras nos acercábamos, comencé a bajar la ventana — desde luego, la tipo manual.
Insegura de lo ancho del carrito y la distancia de las cacetas de peaje, me detuve y mientras susurraba oraciones, lancé las monedas por la ventana en dirección a la bandeja de recolección. Sip. Adivinaron, fallé.
Por los menos una de las monedas rodó debajo del carro mientras mi mamá buscaba en su cartera una moneda de repuesto. Con nuevas monedas en mano, puse el carro en modo de parqueo, me quite el cinturón, abrí la puerta, y esta vez me acerqué a la bandeja de recolección para depositar las monedas directamente y así evitar botarlas de nuevo.
La luz verde, afirmando nuestro depósito, produjo un alivio momentáneo mientras la fila de carros se hacía mas grande detrás de mí.
Listo… tengo que irme de aquí. Poner el carro en marcha. Ponerme el cinturón. Subir la ventana. Y tratar de no hacer sonar el moto.
Intenté hacer todas estas cosas al mismo tiempo, pero mi abuelo rápidamente me indicó que tenía que hacerme cargo de cada uno de los pasos previos antes de poner el carro en marcha.
Finalmente, ya de nuevo en la carretera, llegamos a la universidad técnica donde mi abuela fue profesor, y nos mostró el campus universitario. Después de que él terminó con sus obligaciones en ese lugar, era hora de regresar a casa, y aunque no sé por qué, él todavía quería que yo condujera de regreso a casa.
La tensión se me subió por los hombros mientras me ubicaba detrás del timón. Retrocedí de la zona de parqueo en la dirección correcta esta vez y nos fuimos.
La mayor parte del viaje salió bien, excepto por la parte en la que tuve que salir de la interestatal e inmediatamente cruzar cinco carriles llenos de tráfico para doblar a la izquierda en el siguiente semáforo.
Cada cambio de carril era doloroso y desarticulado. Solamente por la gracia de Dios logramos llegar a casa de nuevo con el carro y nosotros mismos en una sola pieza.
Al entrar al parqueo de su casa y devolver las llaves, el alivio me invadió mientras me desprendí del peso de las llaves y la carga de responsabilidad, soltándolas en sus manos.
Hasta el sol de hoy, nos reímos haciendo memoria de las palabras de mi abuelo a mi mamá cuando regresamos, “Creo que tienes razón: ella necesita un poco mas de experiencia.”
adquirí mas experiencia con el pasar de los años y estoy agradecida a mi abuelo por su disposición ese primer día de poner las llaves en mis manos inexpertas y proporcionar lo que es ahora una historia cómica.
Lo que me hace sentir humilde y asombrada al mismo tiempo, es darme cuenta de que Dios hace la misma cosa con sus hijos cuando nos entrega las llaves del reino. El nos ha pasado la responsabilidad a nosotros de esparcir el evangelio. Somos llamados a sembrar la semilla, regar, y cosechar, aunque es Dios quien da el crecimiento.
Así que hoy, aunque te sientas inexperto o incapaz, date cuenta que Dios confía en ti, de la misma manera en la que él ha confiado en otros. Él pone la responsabilidad en nuestras manos, concediéndonos la oportunidad de ser guiados por sus manos y de aprender de nuestros errores.
Ciertamente aprendí mucho de mi primera aventura de manejo que tuve con mi abuelo — la cual no será fácil de olvidar. Y a veces, debemos cometer esos errores, confiando en que la mano de Dios guiará, protegerá, y entrenará nuestras manos inexpertas.

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