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Escrito por Wendy Neill

Estaba haciendo muchísimo calor ese día. La lluvia me cayó tan fuerte toda la noche, y ya el sol estaba con su furor que dejó el día súper-húmedo. Miré a lo largo de mi cuerpo, y allí estaban, como siempre. Las cicatrices. Y los nudos. Estaba tan torcida y quebrantada. Mi corteza estaba áspera y se me estaba cayendo, dejando la parte más sensible expuesta y vulnerable. ¿Y veía fruta? No. Mi suerte fue tal que ver una sola pieza de fruta cada dos años era lo que se esperaba, a pesar de todo mi esfuerzo. Con tanta lluvia y sol, ¿por qué no podía producir la fruta? Me encuentro en un árbol de fruta y es mi identidad, mi papel, mi ser…
Luego Él llegó. Sentí una mano poderosa agarrarme y ¡oye! ¡Eso me duele! Su cuchillo bien afilado me cortó en una fracción de un segundo, y luego me llevó lejos de mi árbol. “¡Oye, Señor! ¿No sabes que me voy a morir apartada del árbol?” Le grité, pero sólo me sonrió. ¿Sonrió?
Después de una breve caminata, me di cuenta donde estábamos. Ya estaba en su jardín. Árboles bien cuidados, derechitos y fuertes a mi alrededor, llenos de fruta rica y abundante. Caminó directamente a otro árbol y encontró el lugar que buscaba. Fue obvio que de allí se había cortado otro ramo. Hizo otra cortada de unos centímetros. Hice mueca al escuchar el gruñir del árbol.
Y me empezó a afilar nuevamente. Me dolió más que la cortada rápida que me quitó de mi árbol. Dolor radiaba en mi cuerpo y rezumé. Con fuerza y delicadez, me unió con el otro árbol, injertado en mi nuevo lugar. Me envolvió con cinta fuerte, atándome al ramo que quedaba al lado.
¿Qué haces? Me duele. Y no pertenezco a este árbol bello. Estoy cicatrizada, llena de nudos, y torcida.”
Me miró con ojos de amor y me dijo, “Tienes razón. Pero te voy a cuidar y recortar. Tu corazón se va a unir con los corazones de los otros ramos a tu alrededor para que seas uno con este árbol. Vive humildemente entre los otros ramos. Confía en mí. Permanece en mí. Encuentra descanso y disfruta la vida que se encuentra en la savia. Y producirá fruta que otros disfrutarán. Este es tu propósito y tu deleite.” Tomó unos pasos, volteó y me agregó, “Y para que sepas, yo también tengo cicatrices.”
Lee Romanos 11 y da gracias al Jardinero Divino por habernos injertado, gentiles, a su reino.

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