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Escrito por Aileen Bonilla, voluntaria del Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Ecuador 2022 Aileen Bonilla

La palabra pacto en el idioma hebreo es “berith” y significa alianza, específicamente alianza de Dios con los hombres. También denota firmeza de Dios para cumplir Su promesa (“Berith”, recurso en línea).

Jehová en Su soberanía buscó a Abram para realizar un pacto que sería de bendición para toda la humanidad. Es increíble como Dios a pesar de saber lo infieles que somos sigue con Sus planes para cumplir con un propósito específico.

Cuando Abram tenía noventa y nueve años, el Señor se le apareció y le dijo: «Yo soy El-Shaddai, “Dios Todopoderoso”. Sírveme con fidelidad y lleva una vida intachable.  Yo haré un pacto contigo, por medio del cual garantizo darte una descendencia incontable.» (Gén. 17:1-2)

Dios le pidió dos cosas a Abram: su fidelidad, es decir no irse tras otros dioses, y su santidad. Muchas veces podemos pensar que vivir en los tiempos antiguos pudo haber sido más fácil ser una mujer de fe. Posiblemente porque creemos que antiguamente no existía tanta maldad, y que tampoco existía tantos medios de entretenimiento. Pero, la realidad es que era exactamente igual que en la actualidad. Por tal razón, Dios demandó fidelidad y santidad a este hombre. En aquellos tiempos existían numerosos dioses, por lo que resultaba fácil seguirlos.

Si observamos el orden de las palabras podemos entender que sin fidelidad a Dios será imposible tener una vida en santidad. No son palabras divorciadas, sino todo lo contrario, van unidas. No podremos llevar esa vida intachable si constantemente no somos fieles a Dios. Tal vez, no estemos adorando a otros dioses de barro o cerámica, pero en nuestros corazones existen muchos ídolos que realmente perturban nuestro crecimiento espiritual. Estos ídolos pueden estar disfrazados de personas, trabajo, profesión, estatus social, etc. No estoy diciendo que algunas de esas cosas sean malas, para nada. Por ejemplo, ¿quién no necesita trabajar para vivir? Mientras no coloquemos nuestra confianza en eso, no nos hará daño.

Para servir a Dios correctamente, o de la manera que a Él le gusta, es necesario abandonar nuestros dioses o ídolos. Entonces sí será un servicio de fidelidad y santidad.

Hace poco pasé una dificultad en el ministerio donde sirvo con mi esposo, puse la confianza en un hermano que era muy especial para nosotros. Pensé que defendería nuestro caso, pero en realidad no fue así. Realmente, pude darme cuenta que lo tenía como a un ídolo en mi corazón. Tal vez, porque venía de un linaje familiar de mucho ejemplo, y siempre veía su carácter pacificador. Aprendí con mucho dolor a dejarle mi causa a Dios, Quien juzga todo justamente, aprendí a no rogar a seres humanos, sino a pedir directamente al Proveedor de todas las cosas y entender que Dios en Su soberanía tiene todo bajo control. También aprendí que cuando deseo controlar todo, entonces no le estoy dando el espacio a Dios en mi vida.

La maravillosa promesa de Dios para Abram era primero un pacto firme, perpetuo, que traería una bendición incalculable. Una descendencia incontable como las estrellas del cielo. Obviamente, para Abram esto era imposible, era un hombre mayor y su esposa también lo era. Una vez más Abram no entendía que no se trataba de lo que él con sus propias fuerzas pudiera hacer, sino del poder del Shaddai manifestado en esta pareja para cumplir un propósito grande en esta tierra. No se trata de lo que nosotros hagamos, Abram no hizo nada extraordinariamente bueno como para que Dios lo eligiera, simplemente el Shaddai lo buscó para cambiar su vida por completo.

Luego de la primera visita de Dios a Abram en Génesis 15, en donde Jehová le promete un hijo, éste siguió cometiendo errores, al igual que su esposa. Uno de los más evidentes fue el hecho de que Abram tuvo relaciones sexuales con su esclava egipcia, a pesar de que Dios le prometió que tendría descendencia. Podemos ver que perdemos el enfoque rápidamente a pesar de saber de las promesas de Dios. El mundo y sus afanes nos atrapan sutilmente. Sara quiso controlar el hecho de que Abram tuviera una descendencia, pero olvidó que Jehová es Quien puede hacer todas las cosas posibles. Después de un tiempo Sara amargamente entendió que el pacto de Jehová es eterno y que Él no miente, pues no es hombre ni hijo de hombre para arrepentirse (Núm.23:19). No olvidemos que nuestra esperanza no debe ser puesta en seres humanos, sino en el Dador de la vida.

El Shaddai, desde aquellos tiempos había prometido una descendencia incalculable, hoy la vemos reflejada en la iglesia por la maravillosa obra redentora de Su Hijo Jesucristo. Por eso, creámosle a Él y no a las personas, y mucho menos a nosotros mismos.

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