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Escrito por Sabrina Campos, voluntaria con el Ministerio Hermana Rosa de Hierro en Memphis, TNSabrina Campos 320

Hemos leído y estudiado muchas historias en la Biblia sobre la relación de Jesús con los maestros de la ley. Nos insertamos en la historia, muchas veces identificándonos con los fariseos y los saduceos. Y otras veces, juzgándolos.

Yo realmente los juzgaba mucho cuando era niña, no podía creer la audacia de esos maestros, siempre tramposos y arrogantes. Al final de cada historia yo pensaba: Seguro esta persona nunca se arrepintió de ser así.

Es interesante cómo Dios puede utilizar la misma historia varias veces para enseñarnos diferentes lecciones en nuestras vidas. Una de las historias que leemos vez tras vez se encuentra en Lucas 10:25-37, La parábola del Buen Samaritano:

En esto se presentó un experto en la ley y, para poner a prueba a Jesús, le hizo esta pregunta:

—Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?

Jesús replicó:

—¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo la interpretas tú?

Como respuesta el hombre citó:

—“Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser, con todas tus fuerzas y con toda tu mente”, y: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”.

¡Qué paciencia increíble tenía Jesús!

Si yo pudiera responder a una pregunta así, probablemente diría: “Qué crees? ¿No eres tú el maestro de la ley? ¡Pensé que ya sabrías la respuesta!”

Pero Jesús no solamente regala paciencia, sino también amor e interés.

En nuestras relaciones siempre pensamos que tenemos todas las respuestas. Y si sentimos que estamos siendo atrapados por una pregunta decidimos huir o luchar. Pero Jesús, quien tiene todas las respuestas, nos da una tercera opción: captar.

Él enciende la chispa de interés, sabiendo que el experto en la ley sabría bien la respuesta a Su pregunta. Él capta su atención, hablando sobre el tema que más le encanta en el mundo: ¡la ley!

Jesús ve a un ser humano, fallo y perdido. Él mira más allá del exterior de un hombre posiblemente orgulloso y arrogante (¿y qué tan feliz estamos que Él mire más allá de nuestro exterior también?).

Y Él también le regala palabras de afirmación:

—Bien contestado —le dijo Jesús—. Haz eso y vivirás.

Y cuando el maestro de la ley no entiende e intenta justificarse, Jesús no desiste. Él le da un ejemplo, porque reconoce que a veces necesitamos ejemplos audiovisuales.

Pero él quería justificarse, así que le preguntó a Jesús:

—¿Y quién es mi prójimo?

Jesús respondió:

—Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de unos ladrones. Le quitaron la ropa, lo golpearon y se fueron, dejándolo medio muerto. Resulta que viajaba por el mismo camino un sacerdote quien, al verlo, se desvió y siguió de largo. Así también llegó a aquel lugar un levita y, al verlo, se desvió y siguió de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba el hombre y, viéndolo, se compadeció de él. Se acercó, le curó las heridas con vino y aceite, y se las vendó. Luego lo montó sobre su propia cabalgadura, lo llevó a un alojamiento y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos monedas de plata y se las dio al dueño del alojamiento. “Cuídemelo —le dijo—, y lo que gaste usted de más, se lo pagaré cuando yo vuelva”. ¿Cuál de estos tres piensas que demostró ser el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?

—El que se compadeció de él —contestó el experto en la ley.

—Anda entonces y haz tú lo mismo —concluyó Jesús.

Nunca sabremos si el maestro de la ley realmente “anduvo e hizo lo mismo”. Pero podemos aprender mucho de la manera en que Jesús enseñó y creó una relación honesta con el maestro.

Jesús no juzga a las preguntas; Él demuestra paciencia, amor e interés. Él mira más allá del exterior; Él lo captiva y afirma. Y al final, Él entiende que algunas veces simplemente no entendemos. Entonces Él nos agarra de la mano y nos da ejemplos. Como un hermano mayor, enseñando a su hermanito cómo ser un ejemplo perfecto.

Las relaciones son difíciles, porque siempre esperamos algo más. Esperamos que otros nos afirmen y amen, que se arrepientan y cambien. Esperamos que sean nuestro prójimo.

Pero Jesús dice: “anda y haz lo mismo”. Es tu turno de ser el prójimo, ser ejemplo. Tener paciencia, demostrar amor, afirmar, porque yo lo hice por ti. Te toca explicar todo vez tras vez, un millón de veces si es necesario, porque yo lo hago por ti. Necesitas agarrarles de sus manos y caminar con ellos, porque yo lo haré por ti hasta el final de los tiempos.

Anda y haz lo mismo.

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